HISTORIAS EN EL CAMINO

Para mi cumple de este año, entre tantos regalos copados, ligué un combo magnífico: coctelera, cuatro tipos de vasos y la cereza del postre - por no decir del trago - el libro "Cócteles por el camino", de Martín Auzmendi. Fue un regalo familiar muy atento de quienes saben que me encanta recibir visitas y pasarla bien en casa.


La coctelera y los vasos fueron usados como corresponde. El libro había quedado en la fila (pila!) de lectura pero terminó salteando puestos después que tuve ese acto instintivo de leer las primeras páginas para saber a qué vienen. Ahí me entere que Martín venía a relatar sus viajes de la manera que más me gusta: observando las historias de los lugares y de las personas. Me copó instantáneamente. Con las primeras 50 páginas leídas lo puse en la mochila de viaje a Brasil y nos fuimos.
Lo primero que se me ocurrió leyendo sus relatos fue... envidia. Muy normal envidiar el que viaja por trabajo y logra disfrutarlo, no? Por otro lado, como yo también viajaba mientras lo leía, iba viviendo mis propias anécdotas y no me podía quejar.
Además de conocer a Kiko, Branca, Evaldo y otros personajes que fui compartiendo acá, todos los días viví momentos que no voy a olvidar. Por ejemplo, el día que pedí agua caliente para el mate y la señora me hizo entrar en su casa y me dejo usar su cocina mientras me daba charla. O la noche en que necesitaba un sacacorcho, caminé hacia un restaurante y el encargado dejo de atender a los clientes para abrir el vino que yo llevaba en una bolsita de super.


El viaje y la lectura fueron avanzando juntos. En algunos momentos hasta sentí que nuestros relatos se cruzaban. Leí la historia de la sodería de San Nicolás justo el día del cumple de una amiga mía de allá. Él menciona un amigo que vive en Río y tocó con la Orquestra Voadora. Yo tengo un amigo que toca en esa misma banda y hacía poco que lo había visto.
De vuelta a Buenos Aires, lo busqué a Martín por internet para saber un poco más de él. Encontré un aviso fúnebre. No lo podía creer. Aún sorprendida, vi la fecha y era del 2006. "No puede ser, si este libro es del año pasado", pensé. Enseguida me di cuenta que había confundido algunas letras de su apellido. Cambié el equivocado azu por el correcto auz y ahí sí encontré un par de cosas para seguir leyéndolo. Ah, y él seguía vivo, por suerte!
Recién esta semana termine de leer las páginas que faltaban. Tomando un sencillo Campari con naranja en uno de los vasos que me habían regalado junto con el libro. Mientras disfrutaba el último sorbo de ambos tuve la sensación de que, a veces, todo puede estar anudado a un mismo hilo. Como una historia en un solo cóctel.

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