EVALDO Y SU LOCAL DE CUADROS

El Pelourinho es un barrio ubicado en pleno centro histórico de Salvador, capital de la provincia de Bahía. Es uno de los mayores iconos de Brasil y su historia está directamente conectada con la historia de la ciudad y del país. Hoy, su arquitectura colonial integra el patrimonio de la Unesco y se mantiene de pie como atracción turística. Sin embargo, la zona también conserva una vida autóctona, un día a día muy real. Siguen ocurriendo cosas allí.


Casi escondido en una de sus calles está el local de Evaldo. La construcción es antigua, el techo es alto pero no hay mucho espacio para los costados. Es un pasillo angosto, tiene casi la misma medida de la puerta. A su vez, Evaldo presenta características muy similares. Se nota claramente que tiene sus años - más por el pelo canoso y por su voz que por arrugas en la piel. Es alto y flaco. De la misma manera que el local parece mimetizarse en el Pelourinho, Evaldo también se funde con el local. Ambos veteranos y verticales.
Si pasas a la mañana vas a encontrar apenas una puerta verde cerrada. Abre recién a la tarde, después del almuerzo. Entramos dos veces. La primera visita fue para conocer y chusmear. La segunda con objetivos más concretos. Nos gustó un cuadro para colgar en Villa Golondrina y nos pareció que también sería buena idea elegir algunos regalos allí.




Evaldo escucha mi portugués con acento de Río de Janeiro y dice que su familia vive allá. Que tiene una hermana que vive en Rocinha pero nunca la fue a visitar. Yo le comento que trabajé en Rocinha, que subía el morro en mototáxi para hacer notas sobre la movida cultural de la favela. Y que solía comer una torta deliciosa hecha por una señora llamada Naná. Le digo que tiene que ir a visitar su hermana porque no sabe lo que se pierde: Rocinha es un lugar increíble y repleto de arte.
Después de separar lo que queríamos y preguntar precios empezó la negociación. Todo en efectivo. Él dice que no acepta tarjetas porque no le parece justo que una empresa se quede con parte de su trabajo y de los pintores. Le digo que está muy bien y cuando hace la suma me doy cuenta que lo que tenemos en la billetera no alcanza. Le muestro todos os billetes, mi cartera. Él se ríe y dice que tenemos más. Nos vaciamos los bolsillos para comprobar. Faltan siete reales y Evaldo nos termina perdonando. Es menos, obviamente, de lo que la tarjeta le cobraría de comisión y eso parece alcanzarle.
Mientras envuelve los cuadritos con mucho cuidado cuenta un poco más sobre las familias que pintan para mantenerse. Por general, suele pasar que inventan un estilo o tienen una pincelada característica y eso se repite. Padres, hijos, tíos y primos pintan siguiendo el mismo patrón. Como una especie de fábrica familiar de cuadros. (No sé si es tan así, pero me encantó imaginarlo de esa manera cuando él lo dijo).



Lamento no tener más plata y lugar para llevarme todo, un ejemplar de cada familia. Nos proponemos un nuevo encuentro para volver a negociar. Le digo que volvería con gusto a Salvador y él dice que a Buenos Aires le da miedo venir porque hace frío - de hecho, hace más de 20 grados en ese momento y él tiene puesto un buzo de polar. Sugiero que nos encontremos, entonces, en Río. En la casa de su hermana en Rocinha para comer un pedazo de torta de las que hace Naná. Se ríe mucho y con ganas. Me aprieta la mano para cerrar el trato y despedirnos. Ya estamos en la calle y nos saluda desde la puerta verde. Una vez más parecen ser una sola imagen, una sola cosa él y su local. "Axé", nos dice Evaldo sonriendo. Axé, Evaldo, mucho Axé.


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