LA CALESITA DE GREGORIO

Gregorio pone el despertador para las 7h de la mañana pero siempre se despierta media hora antes. Pasa al baño, se cambia, se pone un guardapolvo viejo. Toma solamente un café y se va a la plaza adonde queda la calesita.
Se llama La scatolita y, por como él habla de ella, parece referirse a una cajita de música. Y no es para menos: ella es el sueño de toda una vida realizado. Desde que a sus cinco años le regalaron un trompo con caballitos que giraban, decidió que algún día tendría una calesita grande de verdad. Ese día terminó llegando recién a los 70 años, después de pasar casi 50 ejerciendo medicina.
Gregorio va caminando las cinco cuadras que separan su casa de la plaza con caja de herramientas en una mano y trapo para lustrar en la otra. Cuando llega, inmediatamente se pone a trabajar. Está claro que, aún jubilado, no puede deshacerse de su modales de médico. Él ajusta cada tuerca, echa milimétricas gotas de aceite en todo el engranaje. Verifica foquito por foquito y limpia los caballos como si pudiera peinarles sus crines. En otras palabras, le hace un examen completo. Faltaría tomarle la presión nomas.
Algunos vecinos dicen que ya lo vieron caminando hacia la plaza con un estetoscopio colgado en el cuello. Nadie supo si venía de una consulta barrial o si estaba yendo a escucharle los latidos a La Scatolita.
Cuando empiezan a llegar las familias, Gregorio guarda las herramientas, se saca el guardapolvo y agarra la sortija. Mientras la calesita funciona, es él quien pasa todo el día girando a su alrededor.


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