Cambiando la lamparita del baño

El título es literal: acabo de cambiar la lamparita del baño. Es la primera semana del año y, lejos, es lo más destacable que hice hasta ahora. Por qué? Porque hace unos dos meses que está quemada, esperando repuesto. Por qué no lo había hecho hasta recién? No tengo la menor idea. Cuánto me costó hacerlo? Exactos 50 pesos, caminar dos cuadras hasta la ferretería, volver a casa y cambiarla. O sea, NADA. Lo único que me costó hacerlo fue... HACERLO.




Y ustedes... cuántas lamparitas quemadas tienen que cambiar? Yo tengo varias. La del baño, ya está, listo. Pero hay un montón en la misma bolsa en la que junto cosas fáciles de solucionar pero que sigo acumulando. Y estoy segura que no soy la única que carga pendientes inexplicables.
Ya se preguntaron por qué nos cuesta tanto resolver algunas cosas? Esas que están ahí todo el tiempo, y que vemos a cada rato? Quizás tendríamos que investigar un poco sobre el riesgo de normalizar lo que nos rodea pero, bueh, no me quiero ir por las ramas acá.
Saben cuántas veces entré al baño desde que la lámpara se quemó? Saben cuantas veces pasé por la puerta de la ferretería? Cuántas veces subí y bajé las escaleras de edificio en los últimos dos meses? Siempre fui pésima para los números y las estadísticas pero les puedo asegurar algo estimado: UN MONTÓN DE VECES.
Cada vez que prendía el interruptor llevaba mi mano derecha directo a mi frente y me decía "no puedo creer, me olvidé otra vez". Y creo que podría estar así hasta que se quemaran todas la demás y finalmente no tuviera luz...

Bueno, hoy tengo una lamparita quemada menos. Cambiada por una que sí se prende, Metáfora más perfecta no podría encontrar. Haya luz. 
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