CARTA PARA MARIA TERESA

Querida Maria Teresa,

Te escribo porque el encuentro en La Nube fue demasiado bueno. Tan bueno que me enrosqué en él como si fuera un gato jugando con un cesto de lana. Yo gato y la tarde del jueves el cesto. O será que fue al revés? Bueno, no importa. Resulta que allí estaba yo escuchándolos a vos y a Mario, tratando de prestar atención a lo que salía de la charla y de tomar notas al mismo tiempo. Eran muchas cosas que quería registrar... las teorías sobre la necesidad de la literatura, los caminos de quien elige escribir con el corazón, la falta de comando que uno tiene sobre la poesía. Además, mis propias conclusiones hilándose con lo que iba escuchando. Así que de un lado del cuaderno iba abriendo comillas y escribiendo tus frases y del otro lado del cuaderno me salía esto:

Mientras no escribo
clavo los dientes
en la punta del lápiz
Sostiene la mandíbula
Le saco punta buscando
palabras
figuras de lenguaje
o un versito que quiera aparecer
El cuaderno paciente
me espera
mientras yo me pregunto
dónde estará
mi poesía?

Me llevé a casa tus palabras, la sonrisa de Mario y un ejemplar de Miniaturas que, al día siguiente, en camino al trabajo, me puse a leer.

No sé si fue que aún estaba medio dormida o si fue el balancín del colectivo pero cuando llegué al cuento Enós y los aprendices me metí en un lío. Me explico: vos escribiste "Había una vez un hombre que hacía casas. El hombre se llamaba Enós y era el mejor constructor de cuantos se hubieran visto: siempre eran sus casas las más hermosas, las más perdurables."


Pero resulta que ahí donde decís cuantos yo leí cuentos y llegué hasta el final de la primera página pensando que así era. Sentí que había algo raro. "Qué tremendo constructor es este Enós?" me pregunté un minuto antes de volver los ojos hacia arriba y leer correctamente tu palabra. Recién ahí me dí cuenta de mi confusión y seguí la lectura riéndome un poquito.
Sin embargo, llegué al final de tu historia y me parecía que mi torpe interpretación cobraba mucho sentido. Entonces, lo volví a leer - ya por tercera vez seguida - y reemplacé no solo el cuantos, pero también todas las veces que aparecía casas por cuentos. Enós pasó a ser el mejor constructor de cuentos, el que enseñó el oficio de la escritura a los aprendices, el que nunca aceptó hacer cuentos que no fueran perdurables.

Perdón si fue mucho atrevimiento. Te dije que tu otra revolución me había revolucionado a mi. Sabrás entender que son cosas que pasan cuando los lectores van tomando conciencia de lo que pueden hacer con lo que leen. Cerré tu libro tomando nota de este sentimiento:

Un cuento es una casa
en donde viven las palabras
y a veces se ensancha
para que entre yo también.

Infinitamente gracias por tu escritura que nos ensancha el camino y el corazón.
Un gran abrazo,

Julieta
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