Misterio en Praga

Hasta entonces Praga me había parecido muy linda pero demasiado turística. Ese efecto que quita lo necesario para sentirle autenticidad al encantamiento. Así que en el tercer día en la ciudad pensé que con esa sensación me iría.
No contaba con el atardecer que nos tocó. "No perderse la ciudad a la noche" decían todos los comentarios. Y eso fue: no la perdimos.
Después de un día de mucho calor - de 40 grados con sol pleno hablo - a eso de las siete de la tarde empezó a soplar un viento alucinado, desparramando nubes de distintos colores. De a poco, los monumentos se fueron iluminando y se prendieron todos los faroles de las calles.
La noche nos llegó con todo eso en pleno puente Carlos. Quedé hipnotizada por la belleza del paisaje, no lo podía creer. Pero mientras me emborrachaba de esa luz color oro de pronto empecé a sentir también una especie de escalofrío. Miedo de algo que había en el aire y no llegaba a comprender.
Ya no importaba estar de un lado u otro del río. Solo quería atravesar el puente lo más rápido posible, sin atreverme a encarar las estatuas.
Pensé en la muerte y en lo que tengo preparado para decirle por si se le ocurre venir a llevarme tan pronto. No me pasa por la cabeza tratar de engañarla pero tengo excelentes argumentos para convencerla a que me deje estar acá hasta que no me quede más vida por vivir. Y falta un montón todavía! Tengo mucho para hacer.
Parece locura pero la idea de ese diálogo me fue calmando. El humor negro me quitó la angustia, supongo. Igual, solo me tranquilicé realmente cuando terminamos el cruce y volvimos a caminar por calles firmes.
Después de cumplir la casi obligación de tomar una copa con burbujas al lado del río volvimos al departamento. Al día siguiente ya era la Praga turística otra vez, aparentemente inofensiva. Pero a mi no me engaña.

registro mágico por Julia Dávila, una enamorada de Praga

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