Un boleto de ida a Retiro, por favor.

Hoy, como todos los días, me subí al tren.
Estaban las gentes que trabajan, que estudian. Los que van y vienen.
Estaban los papeles de golosinas tirados al piso.
Estaba el chico lindo que mira la chica fea. Y ella, a parte de fea, debe ser tonta. Porque es el día de hoy que no se dio cuenta. O no lo puede creer.
Ah, y también estaba la señora que siempre mira como quien pide asiento. Pone cara de vieja y cansada. Es capaz de arrugarse más todavía solo para lograr sentarse.
Pero hoy, cuando entre, ya estaba sentada..
Subió conmigo el vendedor que a la mañana ofrece linternas o encendedores. Y a la tarde chocolates. Lo tengo registrado porque, generalmente, tomo el tren a la tarde.
Pero hoy había un pasajero desconocido. Más allá de los desconocidos conocidos de siempre.
Había una libélula en el tren.
Y aunque hubiera asientos libres, no hacia cuestión de sentarse. No miraba la chica fea ni el chico lindo. No tiro ningún papel al piso pero tampoco compro chocolates.
Prefirió revolotear por el aire. De acá para allá, como inquieta o ansiosa. Indecisa, tal vez. De una punta a otra del vagón.
Pasaron las estaciones. Baja gente. Sube gente. Finalmente, Retiro.
Nos bajamos todos. La señora, el chico lindo, la chica fea, el vendedor. Y la libélula.
Me quede con la intriga...Que tendría que hacer una libélula en el centro de la ciudad?
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