Era una vez

Era una vez un chico que trabajaba repartiendo flores a las florerías de casi toda la ciudad. Iba siempre en el camión sentado al lado del chofer cuidando que cada margarita, cada rosa, cada tulipán llegase a su lugar. Lo hacia porque le gustaba y porque era, desde hace mucho, el negocio de su familia.
Ese día llegó a una nueva florería. Nueva para él porque de esa antes se encargaba su papá. Entró con las flores y un papel para firmar y salió enamorado. Si, totalmente enamorado a primera vista de la chica que atendía en el local.
No supo que hacer porque durante años los hombres de su familia habían enamorado sus mujeres llevando las flores más lindas, más frescas, más difíciles de encontrar. Y que sentido tenía dar flores a una chica que trabajaba en una florería?
Pocos días después descubrió que la chica era la hija del dueño. Peor todavía; eso significaba, encima, que todas las flores ya le pertenecían.
De a poco se fue acercando. Se saludaban, preguntaban cosas comunes del día a día. Pero él siempre salía con el corazón apretado, con la sensación de que jamás podría declarar su enamoramiento sin antes saber como complacerla.
Un día le toco un chofer que por general hacia el turno de la noche. Y ya que tenía la suerte de estar trabajando con la luz del sol, el señor preguntó si podía hacer un camino distinto. Según él, "por las calles más bonitas". Pasaron por una plaza en la cuadra vecina a la tal florería pero que el chico nunca había visto.
Por allí pasaban algunas madres llevando sus hijos a la escuela, los perros con sus dueños y personas que simplemente cortaban camino. Entre los canteros que bordeaban la plaza se veían algunas parejas de la mano y señores conversando y tomando mate.
Sonrió y pidió al chofer que se apurara porque quería llegar a la florería lo más rápido posible. Bajó apurado del camión, entró disparado por el local y sin darse tiempo de saludar a la chica la tomó de la mano y le dijo "por favor, necesito que me acompañes, es muy importante".
Como parecía no haber otra opción ella lo siguió hasta la plaza. Él ya sabía que le iba decir. Y realmente sabía que podría sonar muy tonto, como en un guión de novela romántica. Pero que podía ser más de novela que un repartidor de flores enamorado de una florista? Asi fue que, convencido con su propio argumento, le propuso sin dudar:
_ Se que sos dueña de todas mis flores pero te puedo ofrecer un jardín?
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