Francamente, uno nunca se olvida

Debía la explicación de por qué ando rodeada de bicicletas. Acá va (es largo!):

No pasé por la bicicleta de rueditas. Aprendí a andar, directamente, en una "de grandes". Para mi cumple siguiente, me regalaron una solo para mí. En ese momento, sentí que estaba más cerca de la libertad, que podía ir más lejos que nunca.
Claro que esto ocurrió en un barrio muy tranquilo de Río, hace más de 20 años, con autos pasando casi solo por las calles principales. Y andábamos en grupo con mi hermano y alguno que otro vecino. La bici era como una extensión del cuerpo. Adonde íbamos, hacia allá también iban ellas.
Así fue hasta que nos hicimos más grandes, hasta que la escuela pasó a quedar a casi una hora de viaje en cole. Hasta que había que estudiar para los exámenes. Luego vinieron la facultad, el trabajo y, sin saber como, la bici fui quedando olvidada. Lo que, creo, también me hizo olvidar de aquella sensación exclusiva de libertad. Llegué a regalar la mía, algo que lamento pues fue la primera y única bici con la que viví todo eso que ni llego a contarles.
A los 25 años decidí volver a Buenos Aires, estudiar algo nuevo, encontrar un nuevo trabajo. Aunque tuviera muchos tíos y primos por acá, en un principio fue duro. Cambiar de vida, adaptarse, ser más argentina que nunca, extrañar a los amigos y, sobre todo, a mis papás y a mi hermano.
Para ellos también fue difícil. Al mismo tiempo que yo, mi hermano también se preparaba para nuevas etapas, ya no podíamos estar juntos todo el tiempo, compartiendo todo. Mis padres se encontraron, de repente, en una casa enorme, nostálgicos y orgullosos a la vez 
Pero por que cuento esto cuando, en realidad, venía hablando de mi historia con las bicicletas? Para justificar mi sorpresa y una marca eterna que se hizo adentro mío cuando, más de un año después de vivir en Buenos Aires, me llegó una carta de mi hermano. Sí, en estos tiempos tan modernos y virtuales, me llegó una carta. De mi hermano, que es más chico que yo y, aunque sea un hombre muy emotivo, le esquiva a las cursiladas. 
En ella, él me contaba sencillamente que estaba acostado, pensando en lo que tenía que hacer al día siguiente y que montones de cosas más le pasaron por la cabeza. La carta se fue transformando en una especie de poema, del cuál nunca entendí si hablaba de mí o de él. Si era en primera o en tercera persona. Lo único que sé es que los últimos versos decían que si yo estuviera allá me soplaría un consejo: que tuviera una bicicleta. Porque no siempre sería posible volar. Pero, francamente (usó esa palabra), con una bicicleta se llega a cualquier lugar.
Es el día de hoy que no sé si entendí del todo lo que me escribió. No sé si logré comprender por que me mandó la carta. No creo que el lo sepa, de hecho. Pero me llegó. Llegó a la dirección correcta.
Me acuerdo que aquel día, después de leerla, le pedí la bici prestada a mi tía y salí dando vueltas. Mi cabeza daba vueltas. Era como estar en la calesita y conseguir la sortija una y otra vez.
Por algún motivo que desconozco, nunca llegué a comprarme otra bicicleta. El año pasado tuve la suerte de que llegara hacia mí un regalo increíble en forma de herencia. Una bici llena de historia y personalidad. La refaccioné y hoy, con mucho honor, es con ella que me dedico a pasear y volar por la ciudad.
Ya la carta de mi hermano sirvió no solo para confirmar la frase que dice que uno nunca se olvida como andar en bici. También me permitió rescatar aquella sensación mágica de saber que puedo llegar hacia donde quiera.



Vi el cuadro "Castillos en el aire" de Karina Chavin y supe que era para mi...





Me sirvió de inspiración para pintar mi vieja silla de cuero manchado






Con las bicis de Vicze puedo ir a la playa o a la plaza





El elefante mágico de Caro y su increíble tarea, un amor a primera vista




Mi nueva vieja bici, rebautizada de Margot en homenaje a su última dueña
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