Cuando yo te vuelva a ver

Y llegó al fin nomas el viaje. Y pasamos de nuevo por Río porque el vuelo a Buenos Aires salía de allá (sacrificioooo). Y llegamos a Buenos el 31 de mayo a la noche.
Por las calles sonaba el ruido de los cacerolazos. Primero nos reímos haciendo el chiste más fácil de todos, diciendo "que bien, la gente sale a los balcones a recibirnos" y después nos agarró ese miedo amargo de "y ahora que pasó, será que se fue todo a la mie otra vez...?".
Luego de una clase sobre política del portero del edificio subimos ansiosos. Y que lindo sentir el olorcito del hogar de uno cuando se abre la puerta. Y que alegría saber que en estos poquitos metros cuadrados todo estaba bien, alegre y colorido como siempre. Como me gusta decir, caJita más que caSita, en realidad :o)
En vez de tirarnos, pedir pizza o salir a comer afuera, nos pusimos a desarmar las valijas automáticamente. Y cada prenda, cada cosa nueva que vino con nosotros, fue un recuerdo, una risa.
En una hora más o menos ya estaba todo en su lugar, lo limpio al placar, lo sucio al canasto del baño. Cuadritos nuevos a las paredes. Y muuucho adentro de la cabeza ocupando un lugar que antes no existía.
Tomamos una sopita improvisada, hicimos la lista de los mandados para el día siguiente y, cuando finalmente nos acostamos, nos dimos cuenta de lo cansados que estábamos.
Es increíble como la almohada de uno tiene un tremendo poder filosófico sobre la cabeza Fue automático: antes de cerrar los ojos para el día siguiente los dos nos reímos diciendo "pucha, realmente pasó todo esto que pasó, vivimos todo esto que vivimos". Y así, nos dormimos para volver a soñar.
Viajar es maravilloso.
Volver también.


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