La valija mágica de Mederos


Un día un señor se despierta pensando que ya es hora de visitar nuevamente a su viejo barrio, sus calles, la escuela donde estudió hasta los 12 años. Se levanta temprano, agarra la valija mágica y sale acompañado del equipo que le propuso producir el reencuentro.
En la escuela, es recibido con aplausos, carteles, dibujitos y un escenario especialmente preparado para convencerlo de que el tango aún está vivo.
Emocionado, saluda a los alumnos, profesores y demás. Sube las escaleras y se sienta allá arriba, sin saber muy bien qué hacer pero ya sospechando que la música de su vida lo va sorprender una vez más.
Abre la valija mágica y saca el amigo, el compañero, el bandoneón.
La directora habla, explica quien es ese señor canoso. Y, mirándolo, le cuenta las cosas que han preparado en su homenaje.
Los chicos empiezan a mostrar lo que practicaron, bailan en parejas. Varones con sombreros y pañuelos en el cuello. Nenas con flores rojas atando rodetes en el pelo. Otros declaman poesías, leen cartas.
Artistas del barrio se suman al evento y cantan, bailan. Dedican su tiempo a compartir talento, emoción, ganas de estar. El señor acompaña a algunos. A otros, solamente observa.
El día, obviamente, es nublado y frío. Es así como tiene que ser; nadie se atrevería a discutir un día de tango. Un día tan argentino. Como mucho, abrigarlo con mate y medialunas, que fue lo que ocurrió.
A la tarde, los chicos cantan "Mi Buenos Aires querido" bien bajito y hacen con que el señor toque el bandoneon con brazos, manos, rodillas, tobillos y mucho, mucho más.
Finalmente, él es invitado al patio de afuera a bajar la bandera y llevarla a descansar. Listo, se terminó el día escolar.
El señor cierra su valija y guarda un poquito de magia para la noche. En el club del barrio los más grandes lo estarán esperando. Vecinos, padres, amigos. Ellos también quieren emocionarse.
Ahora la orquesta está completa. En total son 13 músicos sobre el escenario, cada uno sacando alas, flores y pañuelos coloridos de sus galeras.
Llega el fin del show.
El señor regresa a casa con su valija mágica. Acuesta la cabeza sobre la almohada y antes de dormir sonríe. Todo este tiempo el tango no le había mentido. En Buenos Aires , cuando uno vuelve, no hay pena ni olvido.
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