Un día de Gregor Samsa

Ayer tuve un adorable día de tramites en Buenos Aires.
Del tipo que llegas a las 6h de la mañana a una fila y ya hay gente. Del tipo que solo a las 8h empiezan a dar turnos. Apenas 40 numeritos.
Y la gente charla, lleva sus sillas playeras para aguantar la espera. Y toma mate, obvio.
Hasta que llegó mi compañía me dedique a hacer lo que me pareció que más combinaba con la situación: leer Kafka. Y fue así nomas; como estar adentro del cuento, pisando página.
Ya eran más de las 12h cuando fui atendida. Frente a una señora de clásico perfil burócrata pública (gorda, vaga, sonrisa falsa "hola, querida") me senté a hacer mi tan sencillo pedido: notificar la denuncia de extravío de mi documento.
Sin querer - acto fallido? - apoye arriba de su mesa el libro que estaba leyendo. Lo miró primero por debajo y después por encima de sus anteojos grasosos. Y finalmente me miró a mi.
Regaló otra sonrisa misteriosa, dejandome con la intriga: habrá entendido mi mensaje subliminal?
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