El conejo en la luna (y un lector que crece)

Ver un conejo en la luna puede tener muchas explicaciones, según la fábula que uno elija. En El conejo en la Luna (Oceano Travesía), escrito por Emilio Ángel Lome e ilustrado por Daniela Martagón, todo empieza porque un conejo se mira en el espejo. Y porque su reflejo lo acompaña en una aventura de dimensiones espaciales.


En casa se lo leemos a nuestro hijo Antonio desde que él nació, y no me parece casualidad que se mantenga como uno de sus favoritos. Está editado en cartoné y tiene colores plenos, pero más que enumerar elementos sueltos - como suele suceder en los libros para primeros lectores - El conejo en la luna cuenta una historia. Como mamá (y mediadora, ¡auch!) noto una diferencia muy clara. La narrativa y la musicalidad del texto, más que atrapar o "entretener", se adueñan de otra cosa que todavía estamos descubriendo.

Donde hay historia hay una puerta para la narración oral, y sin darnos cuenta, empezamos a contarle la historia del conejo sentados a punto de comer, paseando por la calle, yendo en el colectivo o en el auto. Desde el principio no hizo falta tener el libro en manos para que Antonio sonriera, reconociendo lo que escuchaba. Al mismo tiempo, seguimos volviendo al libro físico, porque sus ilustraciones no solo acompañan al texto, también construyen el relato. Mientras el cuento del texto habla de un conejo que se mira en el espejo, el cuento del dibujo sugiere que su reflejo puede ser otro personaje, con un destino propio en la historia.




Cuando texto e ilustración caminan así en conjunto, las posibilidades de lectura son tan variadas como pueden ser sus lectores. Tal vez por eso se diga que un libro bueno es un libro para todas las edades. En nuestro ejemplo personal, nos toca observar con nitidez que hay un cuerpo que lee. Acá tenemos a un pequeño lector en pleno crecimiento, que parece acompañar la riqueza de movimientos y gestos de El Conejo en la Luna. Con sus pocos meses de vida, Antonio seguía al conejo a través de una escucha atenta a la narración y recorriendo sus ojos por las ilustraciones. Poco tiempo después, con algo más de autonomía, empezó a sostener el libro con sus propias manos, a agarrarlo con fuerza y a morderlo. Ahora camina, sale disparado con el libro y vuelve a sentarse para leerlo. Le sale decir "luuuuna".

Sé que Antonio pronto estará saltando, subiéndose quién sabe por dónde. Entonces, una vez más como madre y mediadora, veo un conejo que se mira en el espejo y así empieza su aventura. Del otro lado del cartoné, veo a un lector que se mira en un libro y vive otra.


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* Escribo este texto en el marco del Laboratorio de análisis y producción de LIJ, del programa Bibliotecas para armar, coordinado por el escritor Mario Méndez. La actividad es GRATUITA y los encuentros son los lunes, a las 18h, en La Nube. Linda oportunidad para escuchar, aprender y participar.

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